Pero un día una noticia sacudió mi país. El Líder había muerto. Hubo gente que no se lo creía, tenían el cerebro tan lavado que no les entraba en la cabeza que El Gran Líder, el guía, Dios, había muerto. La mayoría de la gente lloraba de verdad, pero yo no sentía la más mínima pena por ese personaje. A mí y a otra gente nos obligaron a llorar, literalmente nos apuntaron a la espalda. Es el espectáculo más patético que he hecho en la vida, llorarle a alguien a quien odio.
Aprovechando la confusión, yo y mi madre huimos del país para siempre, en medio de una noche sin estrellas, en medio de una noche libre.