miércoles, 30 de noviembre de 2011

Recompensa.

Él iba a tirar la toalla, últimamente el alcohol era lo único que tenía, solo pensaba en rendirse. Un pozo oscuro, pasadizo de dolor y locura. Y se puso a darle puñetazos a la pared, puñetazos de frustración. las paredes retumbaban, y sus nudillos se lastimaban. De repente, el timbre de la puerta sonó. Era su vecina.
- He oído golpes que venían de tu piso ¿te ocurre algo? -le pregunta, interesada al abrirle éste la puerta-.
- No es nada, solo tuve un mal día, no te preocupes.
- ¿Un mal día? tienes las manos hechas polvo, dime que te pasa.
- Vale, te lo diré. Pasa.

Ambos se sientan en el sofá del salón, y nuestro protagonista se lo cuenta todo. Ha perdido su trabajo y sus amigos, se ha mudado hace poco a la gran ciudad, y no encaja en este barrio. Todo lo ve oscuro y seco.

-Escúchame. Tienes que pelear, no te rindas. Has llegado a este barrio ¿no? pues disfrútalo, esto es así, y tienes que saber sacarle partido. Y no te hundas, todavía te queda mucho camino por andar.

Estas palabras son cálidas. La sonrisa de la chica le llena de una extraña sensación de bienestar, y ésta se siente satisfecha. Esa misma noche a la chica le duele la espalda, y a la mañana siguiente descubre que tiene alas, como un pájaro. Es una recompensa por su labor benefactora. Volar, lejos de los problemas.

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