miércoles, 15 de febrero de 2012

Noche de ópera.

Las entradas están sobre la mesa. Él lleva esmoquin y pajarita. Ella, un vestido verde oscuro, collar de perlas, el pelo recogido.
Llegan al teatro en su elegante coche. Está abarrotado. Esa noche se va a interpretar Una gran obra, pero nadie verá el final.
Todo transcurre con normalidad, cuando de repente el actor, en medio de su parte, se esfuma en el aire. En un abrir y cerrar de ojos ya no está. En su lugar ahora solo está su ropa en un círculo de tizne. En primera fila una mujer se ha desmayado. Nadie encuentra explicación a este suceso. Algunos piensan que es una broma, que el actor reaparecerá por alguna parte de un momento a otro, y ríen nerviosos. Pero no, ese hombre se ha incinerado como el fénix, pero no renacerá de sus cenizas como éste.
La obra se suspende. Los sensacionalistas lo atribuyen a una agresiva campaña de publicidad. La publicidad siempre tiene la culpa.

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